sábado, 21 de julio de 2012

Los libros


Antonio Álvarez



De entre todos los medios que hemos inventado para la transmisión de mensajes, es el libro, por alguna razón, el que ha sido elegido para encarnar a la cultura y a la seriedad. Hemos nombrado motor de la civilización al papel encuadernado; en oposición a la imagen y al sonido, de los que rara vez pedimos algo más que información práctica o emociones agradables.
   De entre todas las palabras, sólo podemos tomar seriamente a la que nos llega por escrito; a la palabra muerta, a la que no se le puede rebatir ni preguntarle qué quiso decir. Por eso es todavía más valiosa para nosotros cuando su autor ha muerto también. Su autoridad proviene de que muchos la escuchan pero ninguno puede responderle, como a tu jefe, a los presidentes, a la televisión. Pero se diferencia de ellos en algo. La palabra escrita es tomada en serio; al libro le es lícito, como a nadie más, decir la verdad, e incluso tratarla a profundidad, y muchos libros efectivamente lo hacen. Nosotros no tenemos permitido hacer eso; sólo podemos hacernos reír unos a otros; caernos bien o mal.
   Cuando hablamos de "cosas serias", rara vez lo hacemos en serio. Normalmente citamos libros, y casi siempre para farolear; debemos apoyarnos en la palabra muerta para darnos importancia: una importancia que jamás nos atribuiríamos entre nosotros. Sólo hablamos con seriedad cuando no podemos más y estallamos histericamente, y nos escupimos verdades a la cara como armas para atacarnos.
   La vida, sin embargo, sólo se merece su nombre cuando podemos compartirnos la verdad entre amigos, y responder a nuestras mutuas inquietudes; cuando dejamos de guardar codiciosamente lo mejor de nosotros para nuestro uso exclusivo y podemos hacer que todo el mundo sepa todo sobre todos nuestros pensamientos y sobre todas nuestras pasiones. Leemos porque no tenemos con quién hablar, porque no queremos hablar con nadie de ciertas cosas, porque hemos renunciado a los demás.
   Leer y escribir es una escapatoria cobarde a ese hecho, pero es la única que tenemos a la mano. Es la única forma en que podemos compartir pensamientos inteligentes con alguien; en que podemos enterarnos qué hay en realidad en la mente de otra persona. Sólo así podemos investigar si también a los demás les pasa lo mismo. Porque hemos jurado no decir nada.

martes, 22 de mayo de 2012

Regreso al Ajusco


Antonio Álvarez



He vuelto al Ajusco medio, ocho años después. Una zona de la ciudad desde la que puede verse el resto, hacia abajo, recubierto de una espesa capa de aire gris. Arriba el azul, y nosotros. Es como vivir en el campo, de cierta forma. También porque esta gente se conoce entre sí, y algunos me conocen a mí también; soy en cierto modo parte de esta comunidad de vecinos.
Pasé a echarme unos tacos a unas cuadras del cuartito en el que ahora vivo, y  reconocí a la que atendía: Cata. Ella llevaba entonces a seis niños a los talleres que dábamos en la comuna. Ninguno era su hijo. Una parte eran de su comadre y la otra de su hermana. Ellas iban a trabajar, se los dejaban, y la mantenían; un acuerdo razonable, y más común de lo que se pensaría.
Me preguntó por los comuneros y me contó, sin convicción, de la organización de izquierda en la que milita; en la que entonces militábamos juntos. Respondía mis preguntas como distraída, mientras tejía y yo comía. El líder no las había traicionado nunca, y ahí todos decidían por votación. “Aquí nadie nos viene a decir”. “Pues apenas fuimos a la delegación en la mañana, que dizque para que no nos quitaran las becas, para que cumplieran los acuerdos que no habían cumplido.” Así como si estuviera hablando de cualquier otra cosa. Qué pena nos dio al grupo de adolescentes radicales la primera vez que, cediendo a la insistencia de esas señoras, organizamos la vaca para dos micros que nos llevarían a ver a Obrador, cuando lo del desafuero.
Yo le dije que el Cristian se había ido de mojado a Estados Unidos, y ahora andaba en España; que Lalo en Puebla, que la Kika y la Beti acá conmigo. Vianey tiene un puesto en Tepito. “El otro chavo, el gordito”, de cuyo nombre no se acordaba, supuestamente, pero a quien —recuerdo bien— le coqueteaba, está dando clases en la Facultad de Economía. Isaac le compartió en una ocasión su paraguas, y caminaron juntos a algún evento de la organización, abrazados. Ella no podía haberlo interpretado de otro modo.
Recordé cuando el pinche Isaac les puso una tarea una vez a sus alumnos, cuando les enseñaba historia a los de tercero y  cuarto grado de un curso de regularización que hicimos: tenían que escribir cómo sería una futura revolución en México —porque estaban hablando, se entiende, de la Revolución Mexicana—. Y colonia combativa, recuerdo el dibujo infantil, debajo de un texto, de un hombre de palitos disparándole en la panza a otro; una gran bola rematada por cinco bolitas menores a modo de cabeza, manos y pies, con un sombrero de copa y algo parecido a un monóculo. Cómo me emocioné; cómo volví a emocionarme por esa tontería.
Que Héctor —el líder— había pasado por ahí, que si no me lo topé. Al rato le hablo. Qué gusto verte compañero, qué gusto verte compañera. Ahi’ nos vemos.



domingo, 11 de marzo de 2012

Los adultos no existen, son los papás




Antonio Álvarez



Ya cerca del pasado 6 de enero, un amigo me dijo: “los adultos no existen, son los papás”, y me dejó pensando al respecto un tiempo. Esto querría decir algo así como que, junto con Santaclaus y los reyes magos, se nos contó a todos, cuando éramos niños, otra mentira deliberada, de acuerdo con la cual había unos tipos que sabían qué hacer ante los diferentes problemas de la vida y que contaban con cierta información esencial para ello, como el modo en que se creó el mundo, las razones de que la tierra se dividiera en países o la forma correcta de comportarse ante los demás; y nos contaron que nosotros, con el paso de los años, nos convertiríamos en adultos también. Qué sabríamos qué pedo con la vida y esas cosas.
Los años, efectivamente, pasaron, y nos volvimos personas similares a quienes fueron nuestros padres cuando nosotros éramos todavía unos niños. Y nos fuimos dando cuenta no sólo de que nuestros padres no sabían en realidad nada de lo que dijeron saber, sino de que seguía pasando un cumpleaños tras otro y nosotros, salvo por el sexo, aún no éramos informados de los misteriosos secretos de la vida adulta, y es que en realidad esos secretos no existen. Nadie sabe por qué estos primates inteligentes nacimos en este pequeño planeta que gira en medio de la nada ni por qué existen los países, las guerras, las religiones, etcétera.
En un primer momento, uno transfiere la responsabilidad que antes le atribuyó al mundo adulto a los políticos: hay unos tipos que sí saben, de verdad, qué hacemos aquí, por qué vivimos de la forma en que vivimos, por qué nuestra vida gira en torno de estos pedazos de papel que llamamos dinero, etcétera. Serían ellos, entonces, los culpables de nuestros problemas. O más bien, nuestros problemas serían una especie de perverso plan que un grupo reducido de personas urdió para vivir a costa de nuestro trabajo. Pero resulta que esta curiosa élite tampoco lo sabe, que son personas comunes y corrientes que se han dejado llevar por la vida con la misma ignorancia y la misma cobardía que todos nosotros. Y lo mismo pasa con los jefes de los jefes de sus jefes.
Algunas personas, viéndose perdidas por la falta de autoridad sobre sus vidas, le transfieren entonces la gran responsabilidad de ser adultos, es decir, de saber qué pedo, a Jesús, a Buda, etcétera. Una vez hubo un tipo que supo, y nos lo transmitió, y después alguien lo escribió. En esos escritos, entonces, están las grandes respuestas que buscabas. Pero eso evidentemente tampoco es cierto.
Nadie está al timón de este barco. De hecho no hay ningún timón, ni ningún barco. Somos unos primates superdotados que hemos inventado muchísimos historias, y que nos las hemos creído, y que posiblemente nunca nos enteremos de nada. El Estado es una porción de dichos primates en una porción de los edificios que hemos construido peleando por porciones de esos pedazos de papel que llamamos dinero mayores que las porciones por las que nos peleamos los demás. No hay adultos que sepan lo que sucede o que se estén haciendo cargo o que vayan a llegar a poner orden cuando regresen del trabajo. No eres ignorante porque hayas elegido mal a tus gurús, lo que pasa es que en realidad nunca nadie va a informarte cómo debes guiar tu vida, porque nadie lo sabe.
Nadie está a cargo. No hay adultos. Nunca los habrá. Somos libres.

jueves, 2 de febrero de 2012

Libertad de lo conocido

Primer capítulo









Jiddu Krishnamurti





A través de las edades, el hombre ha buscado algo más allá de sí mismo, más allá del bienestar material —lo que llamamos verdad, Dios o realidad, un estado sin temporalidad— algo que no pueda ser perturbado por las circunstancias, por el pensamiento o por la corrupción humana.
El hombre se ha planteado siempre la interrogante: “¿Qué significa todo esto? ¿Tiene la vida algún significado?” Ve la enorme confusión de la vida, las brutalidades, las revoluciones, las guerras, la división interminable en las religiones, ideologías y nacionalidades, y con un sentimiento de continua y profunda frustración, se pregunta: ¿Qué ha de hacer uno? ¿Qué es lo que llamamos vivir? ¿Hay algo más allá?
Al no encontrar esa cosa desconocida con miles de nombres que siempre ha buscado, ha cultivado la fe —fe en un salvador o en un ideal— pero la fe invariablemente engendra violencia.
En esta batalla constante que llamamos vida, tratamos de establecer un código de conducta de acuerdo con la sociedad en la que hemos crecido, ya sea una sociedad comunista, o una llamada sociedad libre. Aceptamos una norma de conducta, que es parte de nuestra tradición como hindúes, musulmanes, cristianos, sea lo que seamos. Recurrimos a alguien para que nos diga cuál es la conducta correcta o equivocada, cual es el pensamiento recto o errado y, siguiendo este patrón, nuestra conducta y nuestro pensamiento se vuelven mecánicos y nuestras respuestas automáticas. Podemos observar esto muy fácilmente en nosotros mismos.
Por siglos hemos sido tratados como párvulos por nuestros maestros, autoridades, libros y santos de nuestra devoción. Les decimos: “Háblenme de todo esto: ¿Qué hay más allá de las colinas, de las montañas y la tierra?” Y quedamos satisfechos con sus descripciones, lo cual quiere decir que vivimos de palabras, y que nuestra vida está vacía y hueca. Somos gente de segunda mano. Hemos vivido de lo que se nos ha dicho, ya sea guiado por nuestras inclinaciones, nuestras tendencias, o compelidos a aceptarlas por las circunstancias y el medio ambiente. Somos el resultado de toda clase de influencias, no hay nada nuevo en nosotros, nada que hayamos descubierto por nosotros mismos; nada original, prístino, claro.
A través de la historia de la teología, nos han asegurado los líderes religiosos que, si ponemos en práctica ciertos rituales, si repetimos ciertas plegarias o mantras, si vivimos conforme a determinados patrones, si reprimimos nuestros deseos, si controlamos nuestros pensamientos, sublimamos las pasiones, moderamos los apetitos y refrenamos la indulgencia sexual, encontraremos, tras suficiente tortura de la mente y del cuerpo, algo más allá de esta mezquina vida. Es lo que millones de los llamados religiosos han hecho a lo largo del tiempo, ya sea en aislamiento, internándose en el desierto o en las montañas, o en una cueva, o vagando de pueblo en pueblo con una escudilla de mendicante, o bien en grupos, uniéndose a un monasterio, forzando sus mentes a seguir un patrón establecido. Pero una mente torturada, una mente abatida, una mente que desea escapar de toda aflicción, que ha renunciado al mundo exterior y se ha endurecido por la disciplina y la conformidad, tal mente, por mucho que busque, solo encontrará aquello que esté de acuerdo con su distorsión.
Así, pues, para descubrir si realmente hay algo más allá de esta existencia ansiosa, culpable, temerosa y competitiva, me parece que debe uno enfrentarse a ella en forma por completo diferente. El enfoque tradicional consiste en partir de la periferia hacia el centro, y a través del tiempo, con la práctica de la renunciación, seguir gradualmente hasta alcanzar esa flor interna, esa belleza y ese amor interno —en efecto, hacer todo lo que pueda volver a uno apocado, falso y mezquino— despojarse poco a poco; tomar tiempo; dejarlo para mañana, para la próxima vida. Y cuando al fin llega uno al centro, descubre que ahí no hay nada, porque la mente se ha vuelto incapaz, torpe e insensible.
Habiendo observando este proceso, uno se pregunta: ¿Es que no hay un enfoque del todo diferente? Esto es, ¿no es posible irrumpir súbitamente desde el centro?
El mundo acepta y sigue el enfoque tradicional. La causa principal del desorden en nosotros mismos es la búsqueda de la realidad prometida por otros. Seguimos mecánicamente a quien nos asegura una vida espiritual confortable. Es de lo más extraordinario que aunque la mayoría de nosotros nos oponemos a la tiranía y a la dictadura política, internamente permitimos que la autoridad, la tiranía de otro nos tuerza la mente y nuestra manera de vivir. De modo que si rechazamos por completo, no intelectual, sino realmente, toda llamada autoridad espiritual, todas las ceremonias, rituales y dogmas, ello significa que nos quedamos solos, y en conflicto con la sociedad, y dejamos de ser respetables. No es posible que un ser humano respetable pueda acercarse a esa infinita e inconmensurable realidad.
Usted ha empezado ahora por negar algo absolutamente falso —el enfoque tradicional— pero si lo niega como una reacción, habrá creado otro patrón en el cual se verá de nuevo atrapado. Si usted se dice a sí mismo intelectualmente que esta negación es muy buena idea, pero no hace nada al respecto, no podrá seguir más adelante. Sin embargo, si usted lo niega porque comprende la estupidez y la poca madurez de ello, si lo rechaza con tremenda inteligencia, porque se es libre y no tiene miedo, creará una gran perturbación en usted mismo y a su alrededor, pero se habrá salido de la trampa de la respetabilidad. Entonces se descubrirá que no se está buscando. Esta es la primera cosa por aprender —no buscar—. Cuando buscamos solo estamos vagando de tienda en tienda.
La pregunta de si hay o no hay un Dios o verdad o realidad, o como quiera usted llamarla, nunca puede ser contestada por los libros, por los sacerdotes, filósofos o salvadores. Nadie ni nada puede contestar la pregunta, sino usted mismo, y para ello debe usted conocerse. La inmadurez se origina en la total ignorancia de uno mismo. El conocimiento de uno mismo es el principio de la sabiduría.
¿Y qué es usted, usted como individuo? Creo que hay una diferencia entre el ser humano y el individuo. El individuo es una entidad local que vive en un país determinado, que pertenece a una cultura particular, a una sociedad particular y a una religión particular. El ser humano no es una entidad local. Está dondequiera. Si el individuo actúa en un rincón fijo del vasto campo de la vida, entonces su acción está por completo desligada del conjunto. Por lo tanto, se debe tener presente que estamos hablando de la parte de la totalidad, no de la parte, porque en lo mayor está lo menor, pero en lo menor no está lo mayor. El individuo es la pequeña entidad condicionada, desdichada, frustrada, satisfecha con sus pequeños dioses, sus pequeñas tradiciones, mientras que un ser humano está interesado en el bien general, en la desdicha y la confusión total del mundo.
Los seres humanos somos lo que hemos sido por millones de años: celosamente codiciosos, envidiosos, agresivos, celosos, impacientes y desesperados, con destellos ocasionales de gozo y afecto. Somos una mezcla extraña de odio, temor y gentileza. Somos a la vez violentos y pacíficos. Ha habido un progreso exterior desde el carro de bueyes al avión, pero psicológicamente el individuo no ha cambiado en absoluto, y la estructura de la sociedad en el mundo es su creación. La estructura social exterior es el resultado de la estructura psicológica interna de nuestras relaciones humanas, porque el individuo es el producto de la experiencia total, el conocimiento y la conducta del hombre. Cada uno de nosotros es el almacén de todo el pasado. En el individuo está lo humano, que es toda la humanidad. La historia completa del hombre está escrita en nosotros mismos.
Observen de hecho lo que realmente está ocurriendo dentro y fuera de ustedes mismos en esta cultura de competencias donde viven con sus deseos de poder, posición, prestigio, nombre, éxito y todo lo demás. Observen los logros de los cuales están ustedes tan orgullosos, la totalidad de este campo que llaman vida, donde toda forma de relación es un conflicto que engendra odios, antagonismos, brutalidad y guerras interminables. Este campo, esta vida, es todo lo que conocemos, y siendo incapaces de comprender la enorme lucha de la existencia, la tememos naturalmente, y buscamos un escape en toda clase de medios sutiles. Y también estamos temerosos de lo desconocido (le tememos a la muerte, le tememos a lo que existe más allá del mañana) de modo que tememos lo conocido y tememos lo desconocido. Esta es nuestra vida diaria. En ella no hay esperanza y, por lo tanto, cualquier filosofía, cualquier forma de concepto teológico, es meramente un escape de la verdadera realidad de lo que es.
Todos los cambios exteriores producidos por las guerras, revoluciones, reformas, leyes e ideologías han fallado en la transformación de la naturaleza básica del hombre y, por tanto, de la sociedad. Como seres humanos que vivimos en este mundo monstruosamente feo, preguntémonos: ¿Puede terminarse esta sociedad basada en la competencia, en la brutalidad y el temor? ¿No como un concepto intelectual, no como una esperanza, sino como un hecho real, de modo que la mente se vuelva fresca, nueva e inocente, y pueda producir un mundo distinto del todo? Esto puede ocurrir solamente, pienso yo, si cada uno reconoce el hecho fundamental de que nosotros, como individuos, como seres humano, cualquiera que sea la parte del mundo en que vivamos, o la cultura a que pertenezcamos, somos totalmente responsables de la situación en que se halla el mundo.
Cada uno de nosotros es responsable de todas las guerras, por la agresividad de nuestras vidas, por nuestro nacionalismo, nuestro egoísmo, nuestros dioses, nuestros prejuicios, nuestros ideales, todo lo cual nos divide. Y sólo actuaremos cuando nos demos cuenta, no intelectualmente, sino realmente —tan realmente como nos daríamos cuenta de que tenemos hambre o de que sentimos un dolor— de que usted y yo somos responsables del caos y de toda esta desdicha que existe en el mundo, porque hemos contribuido a ello con nuestras vidas diarias, y somos parte de esta monstruosa sociedad, con sus guerras, divisiones, su fealdad, brutalidad y codicia.
Sólo dándonos cuenta de esto actuaremos.
Pero, ¿qué puede hacer un ser humano —qué podemos hacer usted y yo— para crear una sociedad completamente distinta? Estamos haciendo una pregunta muy seria: ¿Hay algo que pueda hacer de manera alguna? ¿Qué podemos hacer? ¿Puede alguien decírnoslo? Cierta gente nos lo ha dicho. Los llamamos líderes espirituales, que se supone han comprendido estas cosas mejor que nosotros, nos lo han dicho, tratando de torcernos y moldearnos dentro de un nuevo patrón, pero eso no nos ha llevado muy lejos; hombres ilustrados y sofisticados nos lo han dicho, y eso tampoco nos ha servido de nada.
Se nos ha dicho que todos los caminos llevan a la verdad —usted tiene su camino como hindú, otro su sendero como cristiano, otro como musulmán y todos se encuentran en la misma puerta— lo cual es, cuando bien se mira, evidentemente absurdo. La verdad no tiene sendero, y eso es la belleza de la verdad que es vivencia. Una cosa muerta tiene un sendero porque es algo estático, pero cuando usted ve que la verdad es algo viviente, que se mueve, que no tiene lugar de descanso, que no está en templo alguno, en la mezquita o en la iglesia adonde ninguna religión, sacerdote o filósofo, nadie nos puede llevar, entonces se verá también que esa cosa viviente es lo que usted realmente es: su cólera, su brutalidad, su violencia, su desesperación, la agonía y el dolor en que vive. En la comprensión de todo eso está la verdad, y usted puede comprenderla sólo si sabe mirar esas cosas en su vida. Y usted no puede mirarlas a través de una ideología o de una pantalla de palabras, a través de esperanzas y temores.
Así usted ve que no puede depender de nadie. No hay guía, ni maestro, ni autoridad. Hay solamente usted —sus relaciones con otros y con el mundo— no hay nada más. Cuando usted se da cuenta de esto, o bien siente una gran desesperación de la cual viene el cinismo y la amargura o bien, al enfrentarse al hecho de que usted y nadie más es responsable del mundo y de usted mismo, por lo que piensa, por lo que siente, por su modo de actuar, toda lástima de sí mismo desaparece. Normalmente arrojamos la culpa sobre los otros, lo cual es una forma de autocompasión.
Podemos usted y yo, entonces, producir en nosotros mismos, sin influencia exterior o sin persuasión alguna, sin ningún temor al castigo ¿podremos producir en la misma esencia de nuestro ser una total revolución, una mutación psicológica, de manera que ya no seamos brutales, violentos, competidores, impacientes, temerosos, codiciosos, envidiosos y todas las restantes manifestaciones de nuestra naturaleza que han estructurado esta corrompida sociedad donde vivimos nuestras vidas diarias?
Es importante comprender desde el mismo principio que no estoy formulando ninguna filosofía, ni estructura de ideas o de conceptos teológicos. Me parece que todas las ideologías son totalmente idiotas. Lo que importa no es una filosofía de la vida, sino observar lo que realmente ocurre en nuestra vida diaria interna y exteriormente. Si uno observa muy de cerca lo que está pensando y lo examina, verá que todo ello se apoya en un concepto intelectual, y el intelecto no es todo el campo de la existencia, es un fragmento. Y un fragmento, por ingeniosamente que haya sido formado, por antiguo o tradicional que sea, sigue siendo sólo una pequeña parte de la existencia, en tanto que nosotros tenemos que tratar con la totalidad de la vida.
Y cuando miramos lo que está ocurriendo en el mundo, empezamos a comprender que no hay un proceso interior y otro exterior; hay solamente un proceso unitario. Es todo un movimiento total, el movimiento interior expresándose a sí mismo como exterior, y lo exterior reaccionando de nuevo sobre lo interior. Ser capaces de mirar esto, me parece, es todo lo que se necesita, porque si sabemos mirar, entonces todo se vuelve muy claro. Y para mirar no se requiere una filosofía ni un maestro. Nadie necesita decirle cómo debe mirar. Usted simplemente mira.
¿Puede usted, entonces, viendo todo este cuadro, viéndolo de veras, no en forma verbal, puede usted fácilmente, espontáneamente transformarse? Éste es el verdadero problema ¿Es posible producir una completa revolución en la psique?
Me pregunto cuál es su reacción ante tal interrogante. Usted puede que diga: “No quiero cambiar”, y mucha gente no lo quiere, en especial aquellos que se sienten bastante seguros social y económicamente, o que se apoyan en creencias dogmáticas y están satisfechos de sí mismos y de las cosas tal como son, o lo estarían si éstas se modificaran ligeramente. No estamos hablando de estas personas.
O bien puede que uno lo exprese con mayor sutileza: “Bien, esto es demasiado difícil, no es para mí”. En tal caso se habrá bloqueado usted mismo, habrá cesado ya de inquirir y de nada le servirá seguir adelante. O también puede que diga: “Veo la necesidad de un cambio interno fundamental en mí mismo, ¿pero cómo voy a producirlo? Por favor, muéstreme el camino, ayúdeme a alcanzarlo”. Si usted dice eso, entonces, lo que le interesa no es el cambio en sí, no está realmente interesado en una revolución fundamental; está simplemente buscando un método, un sistema para producir el cambio.
Si yo fuera lo bastante insensato para darle un sistema y usted fuera tan insensato para seguirlo, sólo estaría copiando, imitando, sometiéndose, aceptando. Al hacer esto ha establecido en sí mismo como patrón la autoridad de otro, y de ahí el conflicto que usted tiene con esa autoridad. Usted se siente obligado a hacer tal y tal cosa, porque se le ha dicho que lo haga y, sin embargo, no puede. Usted tiene sus peculiares inclinaciones, tendencias y presiones, las cuales se hallan en conflicto con el sistema que cree que debe seguir y, por lo tanto, está en contradicción. Así llevará usted una doble vida entre la ideología del sistema y la realidad de su existencia diaria. Al tratar de ajustarse a la ideología, reprime su ser; sin embargo, lo realmente verdadero no es la ideología, sino lo que usted es. Si trata de estudiarse en conformidad con las ideas de otro, siempre seguirá siendo un ser humano de segunda mano.
Un hombre que dice: “Deseo cambiar, dígame cómo”, parece muy fervoroso, muy serio, pero no lo es. Confía en que una autoridad ponga orden en sí mismo. Pero ¿acaso puede una autoridad producir orden interno? El orden que se impone desde fuera siempre engendrará desorden. Usted puede ver esta verdad intelectualmente, ¿pero puede aplicarla en efecto de manera que su mente ya no busque proyectar ninguna autoridad: la del libro, del maestro, de la esposa o esposo, del padre, del amigo o de la sociedad? Como invariablemente hemos actuado dentro del patrón de una fórmula, la fórmula se convierte en ideología y autoridad, pero tan pronto vemos de hecho que la pregunta “cómo puedo cambiar” se constituye en una nueva autoridad, terminamos con la autoridad para siempre.
De nuevo puntual, claramente, veo que yo debo cambiar por completo desde las raíces de mi ser; ello no puede depender de ninguna tradición, porque la tradición ha producido esta tremenda pereza, esta aceptación y esta obediencia. No me es posible pedir a otro que me ayude a cambiar; ni a ningún maestro, ni Dios, ni sistema, ni creencia, ninguna influencia ni presión exterior. ¿Qué ocurre entonces?
En primer lugar, ¿puedo rechazar toda autoridad? Si puedo, significa que ya no tengo temor ¿Entonces, qué ocurre? Cuando usted rechaza algo falso con lo que ha estado cargado por generaciones; cuando arroja de sí un peso de cualquier clase, ¿Qué sucede? Usted tiene más energía, ¿no es cierto? Tiene más capacidad, más empuje, mayor intensidad y vitalidad. Si no siente esto, entonces no ha arrojado, no ha descartado el peso muerto de la autoridad.
Pero cuando usted lo ha desechado, y tiene esa energía en la cual ya no hay temor en absoluto —temor de cometer un error, temor de hacer lo correcto o no— entonces, ¿no es esa energía misma la mutación? Necesitamos una tremenda cantidad de energía, y la disipamos con el temor. Pero cuando existe esa energía que surge al liberarnos de toda forma de temor, esa energía misma produce la revolución radical interna. Usted no necesita hacer nada a ese respecto.
Así, usted se ha quedado sólo consigo mismo, y ese es el verdadero estado de un hombre que se toma en serio todos estos asuntos; y como no busca ayuda de nadie ni de nada, está libre para descubrir. Y cuando hay libertad, hay energía; y cuando hay libertad no se puede hacer nada erróneo. La libertad es por completo diferente de la rebelión.
No existe eso de conducirse bien o mal cuando hay libertad. Usted es libre, y desde esa libertad actúa. Y como consecuencia no tiene miedo, y una mente que nada teme es capaz de gran amor. Y cuando hay amor, puede hacerse lo que se quiera.
Lo que ahora vamos a hacer, por lo tanto, es aprender acerca de nosotros mismos, no de acuerdo con lo que les diga yo o algún analista o filósofo —porque si aprendemos sobre nosotros mismos siguiendo la opinión de algún otro, sólo aprenderemos lo que nos ellos digan, pero no lo que somos— lo que haremos es aprender lo que realmente somos.
Habiendo comprendido que no podemos depender de autoridad exterior alguna para producir una revolución total en la estructura de nuestra psique, nos encontramos con la dificultad aun mayor de tener que rechazar nuestra propia autoridad interna, la autoridad de nuestras pequeñas experiencias particulares y acumuladas opiniones, conocimientos, ideas e ideales. Usted tuvo una experiencia ayer que le enseñó algo, y esa enseñanza se convierte en una nueva autoridad, pero esa autoridad de ayer es tan destructiva como la autoridad de hace mil años. Para comprendernos no necesitamos autoridad, ni la de ayer ni la de hace mil años, porque somos seres vivientes, siempre moviéndonos, fluyendo, sin reposar nunca. Cuando nos miramos a nosotros mismos con la autoridad muerta del ayer, fracasamos en comprender el movimiento viviente, la belleza y la cualidad de ese movimiento.
Librarse de toda autoridad, de la suya propia y de cualquier otra es morir a todas las cosas del ayer, para que su mente esté siempre fresca, siempre joven, inocente, llena de vigor y de pasión. Sólo en ese estado es que uno puede aprender y observar. Y para eso se requiere mucha atención, verdadera atención de lo que está sucediendo en su interior, sin tratar de corregirlo, sin decirse que eso debería o no debería ser así, porque tan pronto usted lo corrige, ya ha establecido otra autoridad, un censor.
Así, ahora vamos a investigar juntos, no como una persona que explica mientras usted lee, y asiente o disiente de ella conforme sigue las palabras sobre la página, sino que vamos a hacer un viaje juntos, un viaje de descubrimiento dentro de los más secretos rincones de la mente, y para hacer tal viaje debemos ir con poco peso; no podemos ir cargando con opiniones, perjuicios y conclusiones; todo ese viejo arsenal que hemos coleccionado durante los últimos dos mil años o más. Olviden cuanto saben sobre ustedes mismos, olviden cuando alguna vez pensaron sobre ustedes mismos; vamos a partir como si nada supiéramos.
Anoche llovió mucho, y ahora los cielos empiezan a clarear; es un nuevo y fresco día. Encontrémonos con este día como si fuera el único. Empecemos nuestro viaje juntos dejando atrás todas las remembranzas del ayer. Y empecemos a comprendernos por primera vez.

lunes, 21 de noviembre de 2011

sábado, 19 de noviembre de 2011

Una vida de lucha por el derecho a la vivienda

 

Agencia Autónoma de Comunicación

 

 

Éste es el primer reportaje de una serie en la que pretendemos analizar la situación del Movimiento Urbano Popular (MUP) en la ciudad de México. Mucho se ha escrito sobre este movimiento, que más que ser un conjunto coherente y bien delimitado, es un concepto genérico para calificar una diversidad de colectivos urbanos con tradición de izquierda.
En un artículo de 2003, titulado MUP S.A. La clase política contra el tejido social urbano (Rebeldía no. 10), Adriana López Monjardin afirmaba que con la llegada del PRD al gobierno capitalino y la migración de dirigencias enteras hacia cargos públicos, no sólo se había descabezado al movimiento, sino que quedaban en entredicho la autonomía y el sentido mismo de las organizaciones. Desde su punto de vista, las telarañas del poder habían absorbido a “uno de los movimientos de más larga duración”, sin el cual no se podría comprender “la historia de la ciudad de México, el paisaje urbano y la organización social del espacio”. Ocho años han pasado desde la publicación de aquel artículo y, por supuesto, estos intermediarios entre las masas y el Estado siguen existiendo. Ciertamente han mutado, incluso han surgido nuevos intermediarios, como las ONG, que adquieren cada vez mayor peso en las políticas públicas y los programas de vivienda. Es necesario reevaluar la importancia del MUP y sus nuevos aliados frente al proyecto neoliberal que, como diría el sociólogo Pierre Bourdieu, implica todo un programa de destrucción sistemática de los colectivos.


Entrevista con Cristina López,

del Colectivo de Grupos de la Asamblea de Barrios

 

Comienza la semana en un inmueble antiguo del centro histórico de la ciudad de México. La señora Cristina López se alista para una reunión más en el Instituto de Vivienda del Distrito Federal (INVI). Después de casi cuarenta años de vivir aquí, y de haber resistido a varios intentos de desalojo, es ahora la principal gestora del predio ante las autoridades.
Sus hijos están arreglando el local familiar, que se ubica en la planta baja, junto a otros 26 negocios, dedicados todos a la venta de telas. Las hay azules, verdes, rosas, aterciopeladas, de ositos o de rayitas blancas. Se enrollan las cortinas de acero en un estridente sonido que despierta a los últimos dormilones pisos arriba. Los niños y los adolecentes, que suman unos 40, ya van camino a la escuela. El colorido pasillo, tapizado con propaganda revolucionaria, se llena de actividad mercantil. Aunque no todos los comerciantes habitan aquí —muchos vienen desde Chimalhuacán o Ciudad Nezahualcóyotl—, comparten el deseo de permanecer y de seguir ejerciendo su “noble negocio”.

 


Historial de agravios


Cristina nos concede una entrevista. Subimos las escaleras… o lo que de ellas queda. Nos acomodamos en su la sala-cuarto, entre la litera, los roperos y el altarcito de la Santa Muerte. No es la primera vez que habla frente al micrófono, pero siempre le causa emoción platicar su historia.
Nació en el Estado de México y llegó al Distrito Federal a los ocho años siguiendo a su abuela. A sus 12 —sin haber concluido la secundaria y con un incipiente manejo del español— la pusieron a vender fruta en las calles de Guatemala, Jesús María y Academia, en las medianías del antiguo barrio de la Merced. “Cuando llegué a la ciudad de México, llegué hablando mazahua. Iba a la tienda a pedir de mazahua lo que yo quería y no me entendían. Tardaba horas en la tienda para que me despacharan. Hasta que lo señalaba con mi dedo era cuando ya me atendían”, nos platica mientras el recuerdo le rompe la voz. “Fue muy triste mi niñez”.
Ya desde entonces el comercio en vía pública era reprimido, “nunca nos han dejado vender bien por ser humildes, por ser comerciantes ambulantes… siempre nos han discriminado”. Eran los tiempos del llamado regente de hierro —Ernesto Uruchurtu (1952-1966)—, y para la joven Cristina más valía buscarse un empleador que exponerse a la rudeza de las redadas policiacas. “Me puse a trabajar en las tiendas de tela —por eso yo aprendí en la tela—, pero igual allí me fue mal, porque mis patrones quisieron violarme, y no se llevó a cabo eso. Pasé como tres tiendas, y en las tres tiendas donde entré a trabajar la tela los patrones quisieron abusar de mí”.
Al fin encontró trabajo en una lonchería que se ubicaba en su vecindad; su nueva patrona sería la casera del lugar. Allí se confrontó por primera vez a la soberbia de los casatenientes del centro. “Escuchaba que decían ‘vamos a correr a fulanito porque se atrasó con la renta, porque no pagó’, y lo amenazaban. La señora tenía un hijo que trabajaba en seguridad pública, era de tránsito. Venía vestido de policía y traía a sus hijos y a unos amigos vestidos de policías para intimidar a la gente”.
Los desalojos se multiplicaron y los caseros siguieron lucrando con la impotencia de los inquilinos. Aunque algunos cuartos tenían renta congelada, casi todos los habitantes carecían de contratos de arrendamiento. Algunas inquilinas sufrían acosos por parte del policía: “me acuerdo que las chicas que vivían aquí las convertía en sus amantes. Abusaba de ellas y después hablaba de ellas. A una compañera la violó y después la sacó”. Entre 1977 y 1985, a pesar de la difícil situación vecinal, Cristina gozó de un periodo de relativa tranquilidad marital y dio vida a tres hijos y tres hijas.
Nuestra entrevistada interrumpe su plática y señala una cuarteadura que atraviesa el plafón. Es una secuela de los sismos de 1985 que, según la Secretaría de Obras del extinto DDF, dejaron un saldo de más de 4,000 edificios dañados estructuralmente y unos 1,000 edificios colapsados. Aquel 19 de septiembre, decenas de miles perecieron bajo las ruinas de la ciudad, dejando al desnudo un “tejido urbano” que no era otra cosa más que

la ruinosa trayectoria de los intereses comerciales, la especulación inmobiliaria, la demagogia que estimula la irresponsabilidad, el auge criminal de la industria de la construcción. ¡Qué extraña y qué curiosa coincidencia! Lo que se creía “caos”, el fruto del irredento temperamento latino, no era sino el irónico nombre de la voracidad capitalista. Las decenas de miles de voluntarios, los lectores de periódicos, los damnificados, se enteran con detalle del ritmo de argucias y de violaciones a la ley. A la violencia telúrica la precedieron y vigorizaron décadas de abandono de las reglas mínimas de previsión. (Carlos Monsiváis, Los días del terremoto.)

La catástrofe dejó al Estado paralizado y, cuando al fin reaccionó, su respuesta fue autoritaria e insensible a las necesidades de los damnificados. Además, no fueron pocos los caseros que abandonaron el centro, dejando a los habitantes lidiar con fuerzas mayores: “los del Ejercito nos vinieron a decir que nos saliéramos porque estaba dañado el edificio. Pero les decíamos ‘¿para dónde nos vamos a ir? No tenemos a donde’”.
Ante esa situación, Cristina y algunos vecinos decidieron acudir al interlocutor “natural” de aquellas épocas: el Partido Revolucionario Institucional.
“Antes el que existía era el PRI”, agrega tras un apenado silencio. Sin embargo el encuentro con el partido oficial provocó más desilusión que encanto. “La señora del PRI, Teresa Franco, en vez de ayudarnos nos dice ‘les conseguimos una prórroga de seis meses’ ­-‘Oye, no venimos a que nos apoyes para desalojar; ¡venimos a pedirte apoyo para que no nos desalojen!’” La reacción del grupo fue similar a la de la mayoría de los damnificados: “ya no quisimos saber nada del PRI y buscamos por otro lado”.
Ese “otro lado” fue la Coordinadora Única de Damnificados, que se convertiría más tarde en la poderosa y multitudinaria Asamblea de Barrios de la ciudad de México. Cabe mencionar que con aquella resistencia organizada se logró una de la victorias sociales más importantes en la historia urbana de este país: la expropiación de 4,900 predios en beneficio de sus habitantes. Desafortunadamente, el edificio que nos ocupa quedó fuera del decreto expropiatorio y, para colmo, regresaron los supuestos dueños a querer sacar a toda la gente, empezando por Cristina y su familia. Primero quisieron desalojarla a la brava, sin juicio ni previo aviso. Tras fracasar, el nuevo apoderado —que no era ni más ni menos que el policía— emprendió un juicio de lanzamiento en su contra en 1986.
Cristina detiene nuevamente la conversación y se dirige hacia su cocina-oficina a buscar unos papeles. Regresa y extiende un enorme archivero con kilos de oficios, cartas, peritajes y notas periodísticas. “Lo primero que yo hice para poderme ir a bronca con el señor fue irme al Registro Público a pagar una búsqueda de libro de 50 años para atrás, para saber quién era la dueña, o quiénes eran los propietarios”. Resultó que el policía no sólo no tenía nada que ver con el difunto propietario, sino que no disponía de la carta poder correspondiente, o en dado caso no la quería mostrar. Con ese argumento Cristina decidió convertir su hogar en una verdadera trinchera.

Lo que voy a expresar es muy feo, pero es cierto: preparé una cubeta llena de meado, llena de mierda, para cuando ellos intentaran abrir la puerta los iba yo a vaciar. Tenía agua caliente preparada, tenía cubetas de jabón con clarasol, tenía amoniaco, tenía gasolina, y un cable conectado a la luz para conectarle el barandal para cuando ellos llegaran a conectar el cable. Fue como nos opusimos nosotros para defendernos.

No fue sino hasta 1992 cuando el supuesto apoderado decidió dejarla en paz… para irse sobre otros vecinos. Pero las condiciones de aislamiento e indiferencia vecinal ya habían cambiado, y de pronto se juntaban todos —o casi todos— para contener los desalojos. “Ya cuando el señor vio que no nos pudo ganar el juicio, habló con nosotros y nos dijo ‘les vuelvo a hacer otro contrato y dejémonos de tonterías’”. Dicho contrato se reanudó en 1994, “pero al cabo de un año nos quisieron subir la renta 500%, entonces ya no quisimos volver a pagar y nos volvimos a rebelar”.
Una vez que obtuvieron la identidad y el paradero de la propietaria, los vecinos organizados intentaron adquirir sus viviendas por medio del Fideicomiso Casa Propia (FICAPRO), haciendo valer su derecho al tanto. Pero sus divisiones internas y la falta de claridad jurídica impidieron que la operación se llevara a cabo. De esta forma, cuando parecía que todo se iba a resolver, la situación se puso mucho más violenta. Hubo cortes de tuberías (que hasta la fecha mantienen sin agua a los habitantes), incendios premeditados, pinchaduras de llantas, golpizas.
Lo peor de todo es que el policía y su cuadrilla de abogados ahora contaban con el apoyo de un vecino del edificio: el Contras. Así, se pasó a una lucha a muerte. En 1996 la dirigente fue secuestrada durante un día entero, le quitaron su camioneta y la amenazaron formalmente. Un año más tarde, su primo y colega de trabajo fue atropellado, “lo encontramos muerto, no supimos quién fue el que lo mató y no hubo justicia allí tampoco”. Ese mismo año Cristina fue atacada por tres golpeadores. Estaba embarazada de ocho meses… perdió al bebé.

 


Organización y resistencia

La afinidad entre Cristina y los dirigentes de la Asamblea de Barrios más reacios a la bursatilización de la vivienda —programa que promovía el gobierno neoliberal de Ernesto Zedillo— propició que ella y sus vecinos se fueran incorporando al Colectivo de Grupos de la Asamblea de Barrios (CG-ABCM) a partir de su fundación, en 1996. Bajo este nuevo esquema organizativo, la lucha se extendería a varios predios de la zona. “Había muchos predios que ya estaban en la organización y entonces ya nos organizábamos más rápido teniendo compañeros cerca. Ya cuando había desalojo los invitábamos a que nos vinieran a apoyar. Cuando ellos tenían problemas, íbamos a apoyarlos”.
Para finales de los noventa, Cristina se había convertido en una lideresa tan solidaria como imprescindible para la lucha popular. No fueron pocas las veces que fue a parar desalojos en otros predios. Su propia experiencia le permitía rebatir en el ámbito de lo legal y había adquirido suficiente coraje para enfrentar autoridades corruptas y toda clase de usurpadores. “Después de haber tenido mucho miedo, aprendí a encuerar a la gente, a los abogados, a las personas que se dicen ser propietarios. Porque muchas veces no son propietarios”. ¿Los encuera… literalmente? “Sí, les rompo el traje o la camisa, y después va el pantalón. Luego van las compañeras formaditas a nalguearlos. Mis dirigentes del CG-ABCM no han visto cuando me pongo así de grosera. Me transformo para poder defender a una persona que no quiero que viva lo que yo viví”.
Corroboramos las observaciones aportadas por Reyna Sánchez en la revista Rebeldía (núm. 23):

Cristina desarrolló una refinada relación con los grupos de poder prevalecientes en la zona donde vive y trabaja, los líderes, la policía, los granaderos, las autoridades. Su actitud es guerrera, no demuestra ningún miedo no importa con quién tenga que negociar, hablar, enfrentarse. Ya sea para detener un desalojo, para discutir con algún ministerio público, para defenderse de algún operativo policiaco, la actitud es la misma: resistencia.

Las redes de solidaridad y la determinación de Cristina se hicieron nuevamente necesarias en al menos dos ocasiones. La primera fue en 2001, cuando un nuevo apoderado —aliado de los casatenientes— demandó a todos los ocupantes del predio, habitantes y comerciantes por igual. “Nos mandó como 600 granaderos y nos quisieron desalojar. […] Se llenó de granaderos acá adentro. Mi hijo era menor de edad, lo sacaron a golpes. Le golpearon la cabeza con la maqueta y la cadena.”
La memoria aflora cuando Cristina saca la foto de su hijo ensangrentado.

El Contras da la orden de que entren por el edificio colindante, porque nuestro zaguán estaba cerrado con la cadena. Los granaderos se brincan, se llena el edificio de granaderos, nos echan gases, nos golpean. Los que estábamos cuidando abajo nos descontrolamos porque entraron por arriba. Pedro era menor de edad y le pegaron bien feo. A mi nieta me la aventaron. Entraron aquí adentro a tirar cosas, a hacer desmanes. Venían directamente conmigo, pero yo estaba abajo.

El saldo de la operación fue de varios heridos, incluyendo policías, y un menor detenido: el hijo de Cristina. “Hicimos denuncia y demandamos a los granaderos. Fuimos a Derechos Humanos, fuimos a la Contraloría donde demandan a los servidores públicos… no hubo justicia”.
Meses después, en noviembre de 2002, la unión de los vecinos logró impedir el desalojo de Rogelio, un vendedor de telas que trabajaba en la planta baja.
Todo indicaba que una nueva etapa de confrontaciones violentas estaba en marcha, cuando ocurrió lo inesperado: en diciembre de 2002, en el marco del Programa de Vivienda para la Atención Emergente de Inmuebles en Alto Riesgo Estructural en el Centro Histórico de la Ciudad de México (2003-2006), el Gobierno del Distrito Federal decidió expropiar 107 predios, entre ellos el que nos ocupa.

 


Una nueva etapa en la lucha


Cristina no consigue disimular su felicidad al evocar la fecha exacta de la publicación en la Gaceta Oficial. Suspira y agradece a AMLO, pero mantiene su postura crítica:

Él fue el que expropió. Yo fui a hablar con él, que me echara la mano, que me expropiara. Y sí, sí me apoyó expropiando el predio. Estamos agradecidos con él, pero también estamos en contra de lo que hizo: le entregó el centro a Carlos Slim y le entregó cuatro concesiones a empresas privadas con lo del agua.

A pesar del respiro que dio esta política pública a centenares de familias del centro, aún quedan muchos problemas por resolver. Primero, el gobierno debe indemnizar a los propietarios, y no son pocos los casos de incertidumbre jurídica. En segundo lugar, el INVI debe refrendar su misión para con los más pobres y apoyar el mejoramiento o reconstrucción de los inmuebles expropiados. En el caso del que hemos venido hablando, se trata de un edificio catalogado por el INAH, lo cual aumenta los costos de mantenimiento y rehabilitación. Finalmente, 26 años de divisiones internas en el movimiento y conflictos graves han hecho imposible la convivencia con el Contras, quien es titular de un espacio y amenaza con volver. “Lo que sí le pedimos al INVI es que no meta al enemigo aquí, porque nunca vamos a vivir en paz”.
Apenas en 2007, tras un pequeño pleito entre un trabajador del Contras y un yerno de nuestra entrevistada, los judiciales se metieron al edificio para llevarse gente presa. Existen sospechas razonables de que este “priista de hueso colorado” mantenga influencias en el Ministerio Público.
Lo que sigue es espeluznante:

Los judiciales llaman refuerzo y agarran a mi hijo Esteban, a mi compadre y al ayudante de mi compadre que era comerciante ambulante, y se llevan a los tres detenidos. Se iban a llevar a más. Entraron los judiciales a buscar más gente. El Contras señalaba. […] Entonces vamos todos hacia la delegación para ver qué se puede arreglar. Pero yo me acuerdo que con un judicial nos habíamos agarrado a chingadazos y me regresó en la esquina de Guatemala y Jesús María. Digo, “yo no voy a llegar porque yo pegué y me van a detener”. Entonces van mi hija y una vecina con su hija a ver qué pasa en la delegación, y llegando estaba su hija del Contras señalando que ellas también participaron, y van pa’ dentro. Más al ratito va mi comadre Meche. También la señalan y la agarran allí en la delegación. Las acusan de robo, que le habían robado a los judiciales. Eso fue en el 2007, estuvieron siete meses detenidos injustamente, sin haber cometido el error de robo. Sí, sí nos golpeamos. Tanto ellos nos golpearon a nosotros, tanto nosotros con ellos, o sea, nos dimos. Pero para poder hundir, dijeron que mis hijas y los demás que estuvieron detenidos les habían robado.

Su voz se quiebra nuevamente y empieza a rememorar su vida de lucha —desde el 19 de septiembre de 1985 hasta la fecha, para al fin concluir:

Quiero que mis hijos sean del centro, porque nacieron aquí. Y por ser indígena o por ser mexicana creo que tenemos derecho de un espacio de aquí del centro, o aquí en la ciudad de México ¿Por qué nada más a los ricos? ¿Por qué siempre preferencia a los ricos y a los pobres no? Ojalá que se nos cumpla ese deseo. Ojalá que el gobierno entienda que los pobres también necesitamos un espacio para vivir una vida digna. […]
Tengo muchos sentimientos, mucha alegría y mucho orgullo de saber que existe gente buena que me ha apoyado, y que he aprendido a defender a la demás gente. Estoy agradecida de la gente que me ha mirado con bonitos ojos. Estoy muy agradecida con la gente que me estima, porque siempre creí que era una persona odiada, siempre viví despreciada: discriminación, maltrato… ¿De qué manera les voy a agradecer? Pues de que voy a seguir la lucha hasta que muera.

Se hace tarde. Como todos los lunes desde que nació el Colectivo de Grupos de la Asamblea de Barrios, toca reunión general. Cristina López no puede ir esta vez pero otros compañeros sí. Rogelio cerrará el local más temprano que de costumbre —es el mismo que defendieron los vecinos en 2002—. Llegará puntual para discutir sobre los problemas que tienen de cabeza a México: la Ley de Seguridad Nacional, la bursatilización de la vivienda, el capitalismo, la globalización financiera. Pero las discusiones y los planteamientos políticos de la organización serán tratados en el próximo reportaje.

jueves, 17 de noviembre de 2011

¿Qué es una mujer hermosa?


Lalotzin de los Santos



Cuando la conocí me estremecieron sus ojos. Muy grandes y bien despiertos, sus pupilas parecían ligeramente grisáceas  con tonalidades verdes; pestañas como palmeras protegiendo aquellos pozos. Se acercó con su silueta pequeña y delicada hasta donde me encontraba. Yo, como siempre, a gusto en mi soledad, cómodo en mi mundo interno, me encontraba recargado sobre mi melancolía, observando desde el ventanal las piruetas de las aves. Tuve la impresión de estar  frente a una revelación –cosa que no es de extrañar en un tipo de mi tipo, aferrado a  la magia de la locura antes que a la lógica de la razón-; si ese día tuvo un sentido claro que fue conocernos. Fíjense que digo “conocernos” y no sólo “conocerla” pues sostengo que ese encuentro fue determinante para ambos y que acaso por lo mismo se encontraba ya dictado en el libro del destino, como un guión preestablecido del que sus actores no se enteran hasta el momento del acto –y a veces aún ni allí-. Fue cálido aquel momento. Ella se movía segura sin dar inseguridad –aquello vino después-, sus modales eran finos y parecían naturales; su conversación amena, espontanea y agradable. Irresistibles, sus ojos me hicieron desconfiar. “No, pensé, no es cierto, no es verdad… se trata de otra mentira, cualquier dama puede haber tenido la fortuna de heredar tan lindo rostro y sacar ventaja de ello”. Lo mismo para sus modos “cualquiera aprende el arte de la cortesía sin que ello signifique que necesariamente lo sea”. Asaltado por estos pensamientos de inmediato alcé la guardia “¡Alto ahí damita, no dejaré seducirme!” me dije. Luego me puse a buscar defectos, tenía que quitarla del lugar imaginario en que ya la había encumbrado ¡a escasos quince minutos de éste, nuestro primer encuentro! Bien miradas las cosas no podía decir que fuera bella, tenía una nariz boluda y ancha, y negras ojeras no lo suficientemente ocultas por su sutil maquillaje; su mentón irregular; es cierto que sus labios eran rosados y de dulce aspecto pero carecían de forma sin que el cosmético pudiera hacer nada al respecto. Para entonces me encontraba convencido de que no soportaría mi crítica, de que se habría dado cuenta ya de mi antipatía y se retiraría sin más, dejando hasta allí la historia. “Pero entonces ¿de dónde viene esta niebla, esta sensación absurda de estar ante una profeta? ¡Sólo son supercherías, delirios de inadaptado!” me dije, “¡más vale acabar con esto de una buena vez!”. Comencé a llevar las cosas a un callejón sin salida con el fin de terminar con la conversación. Pude haber sido grosero –quizá lo fui un poco, no recuerdo- pero eso habría sido una cobardía. Así que seguí su juego durante un par de minutos más, ahora desde el enfoque de alguien que juega con algo sin tomárselo por serio. Recobré seguridad y me recompuse un poco hasta el punto de intentar mostrarme audaz. Pensé en alagar sus ojos, sabiendo que probablemente ya se lo esperaba. “¡pues que me importa eso a mi! Igual se trata de un juego ¡un simple juego y no más¡ Pronto todo llegará a su fin, al menos por esta vez”. Más perdí oportunidad de hacerlo pues lo que sucedió en seguida cambió todo el panorama. Todo el edificio de argumentaciones, toda las dudas terribles que albergaba ya mi pecho se disiparon sumisas, como pidiendo perdón por atreverse a existir al mismo tiempo que en la pecosa cara de mi nueva amiga se iba dibujando lenta pero sostenida una sonrisa tan limpia, tan llena de desinterés y tan vacía de arrogancia, tan cargada de… de.. ¡diablos! ¡¿qué sé yo de qué?! ¡De saberlo no estaría ya en este mundo¡ Sólo sé que aún sus ojos –quizá su más letal arma- se tornaban periféricos ante tamaña sonrisa. A través de aquel efecto pude ver por un momento en el fondo de su alma. Sí, es cierto que ya sus ojos irradiaban aquella luz desde antes, pero cuando la belleza física anida en una mujer es natural confundir la verdad con la apariencia, por lo que lo más seguro es moverse con cautela. En cambio cuando el contenido de lo bello se asoma desde formas ordinarias o feas y aún más de las grotescas, puede uno tomar por cierto que no se está equivocado, que es real y verdadero. Descubrí la luz divina de este pequeñito ser no desde la hermosa ventana de sus ojos, sino desde la ordinaria boca que, al  convertirse en sonrisa, reveló más de lo que pude comprender entonces, quizá más de lo que hasta hoy -después de tantos años- he alcanzado a comprender. “¿Sabe usted querida dama, que esa sonrisa le abriría la puerta al cielo?”. Apenas se sonrojó. Nos despedimos contentos sabiendo inconscientemente que algo ya se había sellado entre nosotros. El encuentro se había dado. Aún no alcanzo a dicernir por completo su sentido. Tampoco me mortifica. Lo importante es que se dio y que ha dado ya unos frutos y que va a dar muchos más –sí, sé que es sólo una creencia pero estoy seguro que llegará a ser verdad-.  Sólo el sentido absoluto podría revelarlo todo, pero poseer ese poder es ni siquiera pensable. La vida es el arte de aprender a convivir con las ganas de entender lo inexplicable, pero no necesariamente de alcanzar a descifrarlo. Si ello llegará a pasar, si ello les es concedido, tal bendición puede tornarse maldita. Es por eso que millones son felices en su incomprensión, en su sana indiferencia e ignorancia.  La verdad no es patrimonio de los hombres, a menos que estén dispuestos tanto a disfrutarla como a padecerla y aún así sólo un poco de ella les será mostrada, sólo un poco en esta vida, quizá un poco más después…