martes, 22 de mayo de 2012

Regreso al Ajusco


Antonio Álvarez



He vuelto al Ajusco medio, ocho años después. Una zona de la ciudad desde la que puede verse el resto, hacia abajo, recubierto de una espesa capa de aire gris. Arriba el azul, y nosotros. Es como vivir en el campo, de cierta forma. También porque esta gente se conoce entre sí, y algunos me conocen a mí también; soy en cierto modo parte de esta comunidad de vecinos.
Pasé a echarme unos tacos a unas cuadras del cuartito en el que ahora vivo, y  reconocí a la que atendía: Cata. Ella llevaba entonces a seis niños a los talleres que dábamos en la comuna. Ninguno era su hijo. Una parte eran de su comadre y la otra de su hermana. Ellas iban a trabajar, se los dejaban, y la mantenían; un acuerdo razonable, y más común de lo que se pensaría.
Me preguntó por los comuneros y me contó, sin convicción, de la organización de izquierda en la que milita; en la que entonces militábamos juntos. Respondía mis preguntas como distraída, mientras tejía y yo comía. El líder no las había traicionado nunca, y ahí todos decidían por votación. “Aquí nadie nos viene a decir”. “Pues apenas fuimos a la delegación en la mañana, que dizque para que no nos quitaran las becas, para que cumplieran los acuerdos que no habían cumplido.” Así como si estuviera hablando de cualquier otra cosa. Qué pena nos dio al grupo de adolescentes radicales la primera vez que, cediendo a la insistencia de esas señoras, organizamos la vaca para dos micros que nos llevarían a ver a Obrador, cuando lo del desafuero.
Yo le dije que el Cristian se había ido de mojado a Estados Unidos, y ahora andaba en España; que Lalo en Puebla, que la Kika y la Beti acá conmigo. Vianey tiene un puesto en Tepito. “El otro chavo, el gordito”, de cuyo nombre no se acordaba, supuestamente, pero a quien —recuerdo bien— le coqueteaba, está dando clases en la Facultad de Economía. Isaac le compartió en una ocasión su paraguas, y caminaron juntos a algún evento de la organización, abrazados. Ella no podía haberlo interpretado de otro modo.
Recordé cuando el pinche Isaac les puso una tarea una vez a sus alumnos, cuando les enseñaba historia a los de tercero y  cuarto grado de un curso de regularización que hicimos: tenían que escribir cómo sería una futura revolución en México —porque estaban hablando, se entiende, de la Revolución Mexicana—. Y colonia combativa, recuerdo el dibujo infantil, debajo de un texto, de un hombre de palitos disparándole en la panza a otro; una gran bola rematada por cinco bolitas menores a modo de cabeza, manos y pies, con un sombrero de copa y algo parecido a un monóculo. Cómo me emocioné; cómo volví a emocionarme por esa tontería.
Que Héctor —el líder— había pasado por ahí, que si no me lo topé. Al rato le hablo. Qué gusto verte compañero, qué gusto verte compañera. Ahi’ nos vemos.