sábado, 21 de julio de 2012

Los libros


Antonio Álvarez



De entre todos los medios que hemos inventado para la transmisión de mensajes, es el libro, por alguna razón, el que ha sido elegido para encarnar a la cultura y a la seriedad. Hemos nombrado motor de la civilización al papel encuadernado; en oposición a la imagen y al sonido, de los que rara vez pedimos algo más que información práctica o emociones agradables.
   De entre todas las palabras, sólo podemos tomar seriamente a la que nos llega por escrito; a la palabra muerta, a la que no se le puede rebatir ni preguntarle qué quiso decir. Por eso es todavía más valiosa para nosotros cuando su autor ha muerto también. Su autoridad proviene de que muchos la escuchan pero ninguno puede responderle, como a tu jefe, a los presidentes, a la televisión. Pero se diferencia de ellos en algo. La palabra escrita es tomada en serio; al libro le es lícito, como a nadie más, decir la verdad, e incluso tratarla a profundidad, y muchos libros efectivamente lo hacen. Nosotros no tenemos permitido hacer eso; sólo podemos hacernos reír unos a otros; caernos bien o mal.
   Cuando hablamos de "cosas serias", rara vez lo hacemos en serio. Normalmente citamos libros, y casi siempre para farolear; debemos apoyarnos en la palabra muerta para darnos importancia: una importancia que jamás nos atribuiríamos entre nosotros. Sólo hablamos con seriedad cuando no podemos más y estallamos histericamente, y nos escupimos verdades a la cara como armas para atacarnos.
   La vida, sin embargo, sólo se merece su nombre cuando podemos compartirnos la verdad entre amigos, y responder a nuestras mutuas inquietudes; cuando dejamos de guardar codiciosamente lo mejor de nosotros para nuestro uso exclusivo y podemos hacer que todo el mundo sepa todo sobre todos nuestros pensamientos y sobre todas nuestras pasiones. Leemos porque no tenemos con quién hablar, porque no queremos hablar con nadie de ciertas cosas, porque hemos renunciado a los demás.
   Leer y escribir es una escapatoria cobarde a ese hecho, pero es la única que tenemos a la mano. Es la única forma en que podemos compartir pensamientos inteligentes con alguien; en que podemos enterarnos qué hay en realidad en la mente de otra persona. Sólo así podemos investigar si también a los demás les pasa lo mismo. Porque hemos jurado no decir nada.

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