lunes, 14 de noviembre de 2011

El origen de la crisis



Jaime Ortiz



El viejo régimen

En el presente sexenio el país vivió su peor crisis económica desde los años veinte; vive también el peor estado de inseguridad y violencia desde la Revolución mexicana y su contrarrevolución, la llamada Guerra cristera. En ese tiempo se conjugaron en contra del Estado mexicano, de por sí en construcción, tanto ese alzamiento religioso como una crisis económica.
No sin dificultades, el gobierno sorteó entonces ambos problemas, e incluso salió fortalecido de ellos, con la formación de un partido de Estado que asimiló a la mayor parte de las fuerzas políticas en lucha. Tanto la izquierda como la derecha fueron atraídas al gobierno emanado de la Revolución con un método hábil de distribución de la riqueza: dar presupuesto a cambio de lealtades políticas; satisfacer las demandas de los movimientos sociales con tal de que aceptaran integrarse al partido, y muchas veces después del encarcelamiento o asesinato de sus dirigentes.
En 1968, por ejemplo, el gobierno acalló violentamente las pretensiones democráticas del movimiento estudiantil, y en los setentas aplastó a insurgencia revolucionaria dirigida por los sobrevivientes de dicho movimiento, pero el buen paso de las finanzas nacionales y la seguridad social que gozaba buena parte de la población, es decir, el “Estado de bienestar”, le permitió seguir adelante sin mostrar prácticamente ninguna debilidad.
En ese tiempo, el crimen organizado estaba también controlado por el Estado, como ahora veremos:
La sierra de Sinaloa fue elegida a finales de los cuarenta por los gobiernos mexicano y estadounidense para cultivar amapola; materia prima de la morfina, que serviría de analgésico a los soldados estadounidenses heridos, y de heroína, que se vendería en las calles del vecino país para apaciguar los recuerdos traumáticos de los veteranos, y la convicción de estudiantes, hippies y negros que se oponían a que su país participara en las muchas guerras de la Guerra fría.
Quienes se dedicaban a esta actividad en México eran personal del gobierno; no existía ningún acuerdo con ningún grupo de narcotraficantes. Se trataba de una actividad signada entre los gobiernos de México y Estados Unidos y era operada por personal de ambos gobiernos.
Con el tiempo se incorporó el cultivo de la mariguana para el mismo fin, pero ya no se produjo solamente para exportación. Con el estallido de los movimientos sociales de los sesentas y setentas en México, el gobierno decidió aplicar la misma estrategia que su contraparte estadounidense, pero con esta droga menos agresiva.
No se hizo esto sólo para consumir la energía de los opositores al régimen, sino también para facilitar su detención. Los vendedores de mariguana al menudeo en barrios populares y universidades, además de pagarle una cuota a la policía, le servían como informantes. De este modo los cuerpos de seguridad obtenían un mejor control del movimiento social y además un sobresueldo. Narcotizar al pueblo no es una práctica nueva, en el siglo XIX las tiendas de raya incluían fuertes cantidades de aguardiente y pulque “para tranquilizar a la indiada”.
Una vez que a finales de los ochentas surge un mercado nacional de cocaína, la policía lo combate ferozmente (recuérdese a los narcotraficantes colombianos encontrados encadenados en los sótanos de Tlaxcuaque tras los sismos de 1985). El gobierno consideraba entonces que esa droga era muy fuerte para su sociedad. La cocaína sólo aparece en las películas norteamericanas como Cara cortada, y en México sólo es consumida por algunos políticos y personajes de la farándula. Son los tiempos en los que el negro Durazo era jefe de la policía en el Distrito Federal.


El nuevo régimen

20 años después, las cosas eran diferentes. La URSS había desaparecido, y no se podía ya negociar la independencia maniobrando entre las dos grandes potencias del mundo.
La imposición de la nueva política económica en México —eso a lo que se ha llamado “neoliberalismo”— está ligada al llamado consenso de Washington; un acuerdo del capitalismo mundial para imponer un nuevo orden en el planeta. En dicho acuerdo se decidió lo que producirán las naciones pobres, a la vez de mantenerlas a la zaga del progreso tecnológico para prolongar su dependencia económica de las naciones ricas, con lo que México quedó, ya sin los contrapesos del mundo bipolar, en absoluta dependencia política y económica de Estados Unidos.
El costo político y económico de la imposición del nuevo modelo de desarrollo fue alto: en primer lugar, se levantó dentro del partido de Estado una disidencia que pedía la democratización del país y un regreso a las viejas políticas económicas que permitieron en el pasado el desarrollo nacional. Aliada con la izquierda y encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, dicha disidencia hubiera podido ganar la presidencia, y el fraude que se organizó en su contra generó una crisis política. Seis años después vendrían también el levantamiento zapatista, los asesinatos del candidato del PRI a la presidencia, Luis Donaldo Colosio, y del líder nacional del mismo partido, Francisco Ruiz Massieu, y desde luego la crisis económica en el sexenio de Zedillo. Pero ¿cómo enfrentó esta crisis generalizada el Estado mexicano?
El gobierno y su partido de Estado palearon la crisis política cediendo posiciones de poder a la oposición, tanto la que venía de la derecha como la que representaba el recién grupo escindido del partido de Estado. A la derecha se le permite militar activamente en el Partido Acción Nacional, incluso en “los pasillos del poder de la época” se dice que estos grupos empresariales, que fueron antiguos aliados del PRI, habrían comprado un partido: El PAN. El resultado inmediato fue que este partido “ganó”, o mejor dicho se le permitió ganar, las gubernaturas de los estados de Chihuahua y Guanajuato. Ese acuerdo entre el gobierno priista y el PAN tenía como “principio” construir una democracia electoral, con un sistema bipartidista basado en la alternancia del poder.
Pero en ese plan estorbaba el movimiento que dirigía Cárdenas, de modo que con la urgencia que los tiempos exigían, se le permitió convertirse en un partido político usando el registro del antiguo Partido Comunista, a cambió de “aflojar” las movilizaciones en contra del fraude electoral cometido en su contra. Así nace el PRD, fruto de una alianza de diferentes grupos de izquierda coaligados para este fin con ex priistas de centro izquierda. Pero más temprano que tarde el gobierno de Salinas de Gortari vio en esta nueva fuerza una verdadera oposición a sus planes de implantar definitivamente el nuevo sistema de desarrollo económico y, con la anuencia del PAN, retomó la idea de un sistema bipartidista y se dio a la tarea de combatir ferozmente al naciente PRD, de lo que resultó la muerte de más de más de 200 de sus militantes.
Una vez acabado el gobierno salinista, el PRI de Zedillo acuerda con Cárdenas el gobierno de la ciudad de México. Mientras la izquierda electoral se agrupa y organiza en el PRD, a la izquierda no electoral debe permitírsele agruparse alrededor del EZLN. La derecha hace lo propio con el PAN, y los grupos sociales que no se entendían ni con las izquierdas ni con las derechas se les empuja a organizarse en ONG, de modo que todo aquel que tenía inquietudes políticas y de participación social encontró un lugar en la nueva realidad social y política del país.
Para algunas mentes despiertas de la época y para no tantas del presente, estos hechos significaron, si no el fin de la izquierda revolucionaria, sí su letargo y debilitamiento. Mientras todo esto pasaba, se implanta definitivamente el nuevo modelo de desarrollo económico y se desmantelaba la riqueza del Estado.
Los medios masivos de comunicación juegan un papel central en todos estos hechos. Las televisoras privadas más que nunca se convierten en promotoras de estos cambios. En ellas no se deja de hablar de lo ineficientes que son el IMSS y el ISSSTE. Dicen una y otra vez “que lo mejor es ser atendido en hospitales privados”; dicen una y otra vez “que los sindicatos son un lastre para el desarrollo”; repiten incansables que “la UNAM es una olla de grillos”.
Baste recordar un hecho contundente, lo sucedido con Telmex. En ese tiempo los medios de comunicación no cesaban de decir que la entonces empresa paraestatal era un lastre para el gobierno y, tras vender el monopolio, quien lo compró, Carlos Slim, en menos de 15 años se convirtió en el hombre más rico del mundo.
Estos cambios “democráticos” en el régimen son el principio de la transición de la dictadura del partido de Estado a un sistema de partidos, donde el gobierno cede parte de la responsabilidad del país a “la sociedad civil”, forma eufemística con que sus promotores: un poderoso sector de la derecha del PRI y el PAN, nombraban a los grupos empresariales (de los que formarían parte, dicho sea de paso, al terminar su periodo).
Guillermo Mendizábal Lizalde, editor del muy vendido libro Lo negro del Negro Durazo, solía decir entonces que los políticos del pasado habían vendido a la patria, pero que también la habían comprado. Un solo ejemplo de eso: Ernesto Zedillo, ex presidente de México, es fuerte accionista de una de las empresas norteamericanas que compraron durante su gobierno, a un precio de ganga, una parte de lo que fue hasta entonces Ferrocarriles Nacionales.
Pero la suerte de la economía mexicana estaba echada, la presión internacional consigue que en dos sexenios, los de Carlos Salinas de Gortari y de Ernesto Zedillo, se traslade la riqueza del Estado a manos de empresas privadas tanto nacionales como extranjeras, lo que propició la desindustrialización del país, el debilitamiento de las instituciones de seguridad social, y la fragmentación y venta de las tierras ejidales.
El mercado laboral se abre a la contratación “por honorarios”, lo que excluye a los así contratados de las prestaciones laborales a las que obliga la Ley. Empeora la pobreza y se amplían el comercio informal, el desempleo y, con ello, la emigración a Estados Unidos. Quiebran también un gran número de pequeñas y medianas empresas; las empresas trasnacionales se apropian del mercado nacional.
Disminuye el gasto social, con lo que no me refiero al dinero que el gobierno da a la población más pobre para palear sus necesidades sin resolverlas, sino al empleado para construir escuelas de educación básica gratuitas y educación tecnológica que permitan a sus egresados un ascenso económico y social; al dinero para construir y mejorar las universidades públicas que eviten la dependencia científica y tecnológica del país; a los recursos para tener hospitales públicos de calidad, accesibles a toda la población.
Todo esto es muy importante, porque la riqueza en manos del Estado fue lo que le permitió en el pasado al gobierno mexicano sortear las crisis políticas y las económicas del pasado.

El narco en el nuevo régimen
Como es evidente, el nuevo orden internacional opera también fuera de la ley, y la industria de la droga, como cualquier otra, fue influida por los cambios que hemos relatado.
El gobierno de Salinas de Gortari, conociendo las posibles consecuencias de sus políticas, decide entre otras cosas permitir la entrada de drogas duras al mercado interno mexicano. Este gran negocio resarcía con creses el dinero que los políticos ya no podían ordeñar de las empresas paraestatales, ahora en manos privadas, y mejoraba el uso político de las drogas como medio de control social.
Con la llegada de la tan ansiada transición democrática, Vicente Fox y su partido se adueñaron del gobierno, pero no de los negocios del poder. El control de la producción y venta de drogas se quedó en manos de los gobernadores priistas en cada estado.
Lo que sucede después es por todos conocido: los políticos de la administración federal, al verse fuera de tan jugoso negocio, no bien se sientan en los sillones de sus oficinas cuando ya han “vendido las plazas” a las mafias disidentes de las que controlan el negocio del narcotráfico. El resultado es un enfrentamiento entre bandas contrarias que se disputan a sangre y fuego el control, tanto de la venta de narcóticos al menudeo como del trasiego de drogas a los Estados Unidos.
El narcotráfico está, sin duda, asociado a los poderes políticos locales y estatales, sin importar su filiación partidista. Al menos en los estados del norte, cada grupo político regional tiene asociado a sí a un grupo delictivo dedicado al narcotráfico y a otras actividades ilícitas como la trata de personas y el secuestro. Tales actividades son muchas veces ejercidas por los aparatos policiacos.
Es muy probable que los gobiernos locales y estatales, al perder buena parte de su presupuesto como consecuencia del nuevo modelo económico, se vieran impulsados a buscar fuentes alternas de enriquecimiento, y el camino más corto que tenían era asociarse al crimen organizado.
Estos grupos sin duda apoyan financieramente a los políticos regionales que los benefician, y amedrentan a quienes muestran interés en combatirlos. En algunos sitios, cada banda criminal tiene su propio candidato, y las contiendas electorales tienen en paralelo una la lucha armada y sangrienta por el control de “la plaza”.


Los gobiernos del PAN y la situación actual

Ya con el Estado de bienestar acabado, la presión social fue suficiente para que hubiera un cambio de partido en el gobierno, y tras unas elecciones limpias arribó al poder la oposición de la derecha. El gobierno federal queda en manos del PAN, y el nuevo presidente, Vicente Fox, está preocupado principalmente por aprender a gobernar y mantener el poder con un modelo heredado.
En los hechos fue un mal gobierno, sólo para ejemplificar: no cumplió sus promesas de campaña, nunca entrego cuentas claras sobre los cuantiosos ingresos excedentes de la venta del petróleo y, al menos por omisión, permitió el crecimiento desmedido de las bandas criminales dedicadas al narcotráfico y a otras actividades ilícitas; desoyó al secretario de Seguridad Pública Gerts Manero y éste renuncia. Poco después el Chapo Guzmán se fuga del penal de máxima seguridad de puente grande, pero el presidente Fox está más preocupado por la sucesión presidencial que por los problemas de fondo: la pobreza extrema de más de la mitad de la población, los feminicidios en Ciudad Juárez, el empobrecimiento de la planta productiva del país.
Finalmente el PRI no va unido a las elecciones de 2006, la izquierda electoral logra un acuerdo con las fuerzas afines a López Obrador, y este avanza en las preferencias electorales. La derecha se reorganiza y pone como su candidato a un personaje gris: Felipe Calderón Hinojosa.
Como corolario de su mandato, ya muy debilitado políticamente y con fuertes presiones de parte de las grandes empresas trasnacionales, el Fondo Monetario Internacional y Washington, y de los poderosos grupos empresariales en México, el gobierno de Vicente Fox y sus aliados llevaron a cabo un fraude electoral que dejó fuera de la presidencia a Andrés Manuel López Obrador, hecho que derivó en una nueva crisis política que dejo en entre dicho el sistema electoral mexicano y a un presidente muy débil en Los Pinos.
Felipe Calderón asume el poder muy debilitado, constata que el PRI solamente les dejó la administración del gobierno, es decir, el cascarón, pero no el poder en sí. El mundo entra en crisis económica y una pandemia de influenza comienza en México, el resultado es que la delincuencia se incrementa tanto que controla regiones enteras, cuyos habitantes viven en la zozobra.
Calderón toma dos acciones para mostrar fuerza: le declara la guerra al narcotráfico y líquida a la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, con lo que pone en jaque a su combativo sindicato, el SME. En una y otra acción las fuerzas armadas están a su lado, la militarización del país es una realidad.

El narco en la situación actual
El incremento del consumo de drogas es exponencial, y ese mercado se compite a sangre y fuego entre los grupos que antiguamente fueron del Estado, ahora independientes o sirviendo a los grupos de poder político locales. El narcotráfico existe, hemos dicho, siempre vinculado a un poder político. Los gobiernos del PAN han participado de este negocio ilícito pero no necesariamente con los mismos grupos con los que lo hizo el PRI, de tal manera los gobiernos estatales del norte están vinculados con grupos delincuenciales antagónicos a los que están asociados al gobierno federal, de modo que es probable que la guerra en contra del narcotráfico en realidad sea una guerra entre los brazos armados de los diferentes grupos políticos que se disputan el control del país.
No debemos olvidar el problema central: ¿por qué mueren 50 mil personas en el país? ¿Por qué los jóvenes siguen proveyendo de carne de cañón tanto a los grupos criminales como a las corporaciones policiacas y al Ejército? Porque no hay empleo, o cuando menos ninguno tan bien remunerado. Se trata de una de las consecuencias del nuevo modelo de desarrollo, no calculadas por quienes lo impusieron. Por su parte, para los dueños de este negocio las pérdidas humanas son pagables y reemplazables.

El Ejército
Desde los años treinta las fuerzas armadas no habían tenido tanto poder en el país. Su presupuesto ha aumentado año con año desde el levantamiento zapatista de 1993; el número de sus efectivos también se ha incrementado, y en estos tiempos a todos nos es familiar ver columnas de vehículos artillados haciendo maniobras en las calles.
Muchos militares en retiro o con licencia son los encargados del despacho de los altos cargos de seguridad pública en los estados. Al menos en este sexenio no hay decisión importante, como por ejemplo la liquidación de la Compañía de Luz y Fuerza, que no sea consultada con las fuerzas armadas. Hoy por hoy, ni Calderón ni ningún otro presidente podrá gobernar sin tener una buena relación con el Ejército, y cundo digo “una buena relación”, me refiero a un incremento sostenido del presupuesto a las fuerzas armadas, y la tolerancia a la opacidad con que éste se ejerce, y que responde responde, según sus altos mandos, a asuntos de “seguridad nacional”.
Al parecer el ejército no apoyara a ningún candidato, pero eso habrá que verlo. Ya que con el PAN, han recibido muchos beneficios, pero el Ejército tiene una estructura interna de origen popular, lo que podría derivar en un apoyo diferenciado entre el PRI y el PRD, incluso se dice que López obrador tiene muy buenas relaciones con algunos mandos militares. Por su parte, la Marina tiene buenas relaciones con la derecha representada por el PAN.

Los empresarios
El empresariado en México ha sufrido dos procesos importantes en los últimos cuarenta años, uno es que la riqueza del estado fue transferida a sus arcas, Teléfonos de México es el ejemplo emblemático, donde Carlos Slim paso de ser un hombre rico a ser el hombre más rico del mundo. El otro proceso es la debacle de la planta productiva de la industria de la transformación y de la pequeña y mediana empresa ante la globalización económica y la integración con el mercado estadounidense. Este hecho hace que extensos sectores empresariales miren a la izquierda como una posibilidad real. Por su parte, la alta esfera empresarial no tiene partido, apoyará o bien a varios candidatos o al que le asegure sus privilegios, en particular dos: conservar el monopolio de su interés y la exención de impuestos.
También los grandes monopolios trasnacionales tienen interés en nuestro país. No es un secreto que las empresas petroleras mundiales y las tabacaleras mantienen un cabildeo permanente con nuestros legisladores; a nadie le extrañaría que en las campañas políticas por venir sea usado dinero de sus arcas.


El 2012

En estos casi dos sexenios de gobierno del PAN se ha mantenido el mismo modelo de desarrollo de las dos últimas presidencias priistas —las de Salinas de Gortari y la de Ernesto Zedillo—, cuyas consecuencias económicas y políticas llevaron al PRI a perder la presidencia de la república. Se antoja que lo mismo le ocurra al PAN, pero la pregunta es: ¿El grupo que acceda a la presidencia estará dispuesto a cambiar el sistema de desarrollo económico?

A la vista hay tres posibilidades:

I. Que el grupo que actualmente gobierna mantenga el poder. Eso se ve difícil, sin embargo lo puede hacer a partir de un fraude que defendería con las fuerzas policiacas y militares que ya tiene desplegados en todo el país. Es un escenario poco probable, ya que frente a sí tiene a otro grupo igual de fuerte y capacitado para los fraudes electorales: el PRI.
La única posibilidad que tiene el PAN de quedarse con el gobierno es aliarse con el PRD; esa fórmula les ha dado buenos resultados en el pasado, y podría servirles. Naturalmente, ese gobierno de coalición no significaría un cambio para el país.
II. Si el PRI y su candidato Peña Nieto ganara la presidencia, lo haría sin duda con el beneplácito del capital internacional. Los grupos locales, incluyendo a los criminales, esperarían la parte del pastel les toca, pero pronto se darían cuenta que el mercado está saturado y que algunos grupos estarán más favorecidos por la protección del Estado que otros; las condiciones económicas en general se mantendrán igual y la población menos favorecida seguirá viendo en el narcotráfico una buena opción de vida. La consecuencia de eso será la continuación de la guerra.
III. La otra opción sería una gran coalición de izquierda que tenga claro que se debe cambiar el modelo desarrollo económico, que permita a la gran mayoría tener un empleo suficientemente remunerado, que permita que se estreche la distancia entre ricos y pobres, que haga más equitativa la distribución de la riqueza. Esto se antoja difícil pero no imposible. El origen de los problemas de este país, en opinión de quien escribe, es el desprecio que los dueños del dinero y sus empleados en el gobierno sienten por el pueblo que explotan y gobiernan. Está en nuestras manos que eso cambie.

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