jueves, 17 de noviembre de 2011

¿Qué es una mujer hermosa?


Lalotzin de los Santos



Cuando la conocí me estremecieron sus ojos. Muy grandes y bien despiertos, sus pupilas parecían ligeramente grisáceas  con tonalidades verdes; pestañas como palmeras protegiendo aquellos pozos. Se acercó con su silueta pequeña y delicada hasta donde me encontraba. Yo, como siempre, a gusto en mi soledad, cómodo en mi mundo interno, me encontraba recargado sobre mi melancolía, observando desde el ventanal las piruetas de las aves. Tuve la impresión de estar  frente a una revelación –cosa que no es de extrañar en un tipo de mi tipo, aferrado a  la magia de la locura antes que a la lógica de la razón-; si ese día tuvo un sentido claro que fue conocernos. Fíjense que digo “conocernos” y no sólo “conocerla” pues sostengo que ese encuentro fue determinante para ambos y que acaso por lo mismo se encontraba ya dictado en el libro del destino, como un guión preestablecido del que sus actores no se enteran hasta el momento del acto –y a veces aún ni allí-. Fue cálido aquel momento. Ella se movía segura sin dar inseguridad –aquello vino después-, sus modales eran finos y parecían naturales; su conversación amena, espontanea y agradable. Irresistibles, sus ojos me hicieron desconfiar. “No, pensé, no es cierto, no es verdad… se trata de otra mentira, cualquier dama puede haber tenido la fortuna de heredar tan lindo rostro y sacar ventaja de ello”. Lo mismo para sus modos “cualquiera aprende el arte de la cortesía sin que ello signifique que necesariamente lo sea”. Asaltado por estos pensamientos de inmediato alcé la guardia “¡Alto ahí damita, no dejaré seducirme!” me dije. Luego me puse a buscar defectos, tenía que quitarla del lugar imaginario en que ya la había encumbrado ¡a escasos quince minutos de éste, nuestro primer encuentro! Bien miradas las cosas no podía decir que fuera bella, tenía una nariz boluda y ancha, y negras ojeras no lo suficientemente ocultas por su sutil maquillaje; su mentón irregular; es cierto que sus labios eran rosados y de dulce aspecto pero carecían de forma sin que el cosmético pudiera hacer nada al respecto. Para entonces me encontraba convencido de que no soportaría mi crítica, de que se habría dado cuenta ya de mi antipatía y se retiraría sin más, dejando hasta allí la historia. “Pero entonces ¿de dónde viene esta niebla, esta sensación absurda de estar ante una profeta? ¡Sólo son supercherías, delirios de inadaptado!” me dije, “¡más vale acabar con esto de una buena vez!”. Comencé a llevar las cosas a un callejón sin salida con el fin de terminar con la conversación. Pude haber sido grosero –quizá lo fui un poco, no recuerdo- pero eso habría sido una cobardía. Así que seguí su juego durante un par de minutos más, ahora desde el enfoque de alguien que juega con algo sin tomárselo por serio. Recobré seguridad y me recompuse un poco hasta el punto de intentar mostrarme audaz. Pensé en alagar sus ojos, sabiendo que probablemente ya se lo esperaba. “¡pues que me importa eso a mi! Igual se trata de un juego ¡un simple juego y no más¡ Pronto todo llegará a su fin, al menos por esta vez”. Más perdí oportunidad de hacerlo pues lo que sucedió en seguida cambió todo el panorama. Todo el edificio de argumentaciones, toda las dudas terribles que albergaba ya mi pecho se disiparon sumisas, como pidiendo perdón por atreverse a existir al mismo tiempo que en la pecosa cara de mi nueva amiga se iba dibujando lenta pero sostenida una sonrisa tan limpia, tan llena de desinterés y tan vacía de arrogancia, tan cargada de… de.. ¡diablos! ¡¿qué sé yo de qué?! ¡De saberlo no estaría ya en este mundo¡ Sólo sé que aún sus ojos –quizá su más letal arma- se tornaban periféricos ante tamaña sonrisa. A través de aquel efecto pude ver por un momento en el fondo de su alma. Sí, es cierto que ya sus ojos irradiaban aquella luz desde antes, pero cuando la belleza física anida en una mujer es natural confundir la verdad con la apariencia, por lo que lo más seguro es moverse con cautela. En cambio cuando el contenido de lo bello se asoma desde formas ordinarias o feas y aún más de las grotescas, puede uno tomar por cierto que no se está equivocado, que es real y verdadero. Descubrí la luz divina de este pequeñito ser no desde la hermosa ventana de sus ojos, sino desde la ordinaria boca que, al  convertirse en sonrisa, reveló más de lo que pude comprender entonces, quizá más de lo que hasta hoy -después de tantos años- he alcanzado a comprender. “¿Sabe usted querida dama, que esa sonrisa le abriría la puerta al cielo?”. Apenas se sonrojó. Nos despedimos contentos sabiendo inconscientemente que algo ya se había sellado entre nosotros. El encuentro se había dado. Aún no alcanzo a dicernir por completo su sentido. Tampoco me mortifica. Lo importante es que se dio y que ha dado ya unos frutos y que va a dar muchos más –sí, sé que es sólo una creencia pero estoy seguro que llegará a ser verdad-.  Sólo el sentido absoluto podría revelarlo todo, pero poseer ese poder es ni siquiera pensable. La vida es el arte de aprender a convivir con las ganas de entender lo inexplicable, pero no necesariamente de alcanzar a descifrarlo. Si ello llegará a pasar, si ello les es concedido, tal bendición puede tornarse maldita. Es por eso que millones son felices en su incomprensión, en su sana indiferencia e ignorancia.  La verdad no es patrimonio de los hombres, a menos que estén dispuestos tanto a disfrutarla como a padecerla y aún así sólo un poco de ella les será mostrada, sólo un poco en esta vida, quizá un poco más después…

No hay comentarios:

Publicar un comentario